Era una mañana de verano. Yo estaba aprendiendo a montar en bici con mis padres y mis hermanos, tan solo tenía nueve años, y entonces le vi. Montaba en una bici roja antigua, su pelo revoloteaba a la dirección del viento y con este vino curiosamente un olor dulce como la miel, le miré embobada y me quedé poseída por sus ojos, eran del color del mar cuando no se sabe si es verde o azul, tendría unos dos años más que yo. Y me miró. Yo me ruboricé y entonces me sonrió, nunca olvidaría esa sonrisa torcida y pícara. De pronto mi padre me llamó para que montara y cuando me di la vuelta ya no estaba.
Los próximos días seguí yendo a aquel instituto abandonado por la soledad del verano, y allí estaba él, dando vueltas y vueltas. Nunca hablaba con nosotros, simplemente daba vueltas con su bici roja, y como yo era muy tímida (y lo sigo siendo) tampoco hablaba. Hasta que aprendí a montar.
Ya lo dominaba bastante bien, así que me lancé. Empecé a dar vueltas y vueltas, como hacía él, y entonces me habló. Me dijo que se llamaba Jace, un nombre poco corriente en aquel pueblo, así que yo le dije el mío, que tampoco era muy corriente, la verdad. Y así le conocí, empezamos a hablar, todavía dando vueltas y vueltas, pero se bajó, yo me quedé parada, y me hizo señas para que le siguiera. Le seguí, cuando paramos de andar me hizo sentarme en un escalón de la puerta del instituto, de forma que un muro nos separaba de mis padres y mis hermanos. Yo estaba nerviosa, sinceramente, nunca había hablado con un chico a solas a no ser que fuera alguno de mis hermanos. Pareció darse cuenta porque me dijo:
- Tranquila, relájate, no haré nada que tu no quieras que haga.
- Vale - le dije un poco ruborizada.
Nos quedamos en silencio, yo estaba un poco incómoda, hasta que volvió a hablar.
- ¿Sabes? La mejor forma de ser más extrovertido y no ponerte nervioso cuando estás con alguien que no conoces es dejarte llevar, haz como yo, cuenta todo lo que desees contar sin miedo a lo que puedan pensar.
- La verdad, es que me cuesta mucho, porque no se me ocurre que decir.
- No es problema, yo te cuento algo y tú me cuentas algo relacionado con eso. Por ejemplo…viajar, yo viajo todos los años con mis padres para conocer sitios nuevos y gente nueva, somos como…nómadas, no nos establecemos en un sitio fijo, mira, este año vivimos a las afueras del pueblo. Te toca.
- Vale, pues… la verdad nosotros no viajamos fuera de España porque no tenemos mucho dinero, pero vamos al campo a ver paisajes nuevos, subimos montañas o nos bañamos en algún río o pantano.
- ¿Ves? Así es más fácil.
Y así empezamos a hablar más tranquilamente, yo le miraba y él me sonreía con esa manera suya tan peculiar, a lo que yo le devolvía otra sonrisa. Hasta que cogimos confianza (y eso en unos minutos) y me rodeó la cintura con el brazo, me puse tensa y me susurró en el oído:
- Tranquila… no haré nada que tu no quieras que haga.
Hizo ademán de quitar el brazo.
- No, no me molesta, estoy bien así.
- No tienes por qué hacerlo.
- No, da igual.
Y así nos quedamos. Me gustaba sentirle cerca, y su olor dulce como la miel me relajaba dejándome llevar… Me apoyé en su hombro y empezó a acariciarme el pelo, y así pasó el tiempo mientras hablábamos y hablábamos.
Pero toda esa sensación de tranquilidad desapareció cuando de repente mis padres me empezaron a llamar, me puse nerviosa, que dirían si nos vieran juntos, él agarrado a mi cintura, y yo, apoyada en su hombro. Así que nos levantamos deprisa y mis padres aparecieron por la esquina del muro, se me quedaron mirando y dijeron:
- ¿Qué hacías ahí sola todo el tiempo? ¿Estás preocupada? ¿Te pasa algo?
Era curioso, estaba con Jace, el estaba a mi lado.
- Mamá, papá, ¿es que no lo veis? Estoy con Jace - entonces caí en que ellos no sabían su nombre - el chico de la bici.
- ¿Qué chico, cariño? Ahí no hay nadie.
Entonces me giré y ya no estaba, había desaparecido, se había esfumado literalmente. Y eso me enfadó muchísimo.
Al día siguiente fui al instituto con mis padres y el no estaba, y no apareció nunca más. No le vi nunca más. Me entristeció, e intenté convencerme de que habían sido imaginaciones mías, pero no podía hacerlo porque yo sabía que había sido de verdad, porque lo había sentido. Después de los años iba a aquel instituto abandonado con la esperanza de que apareciera o al menos lo sintiera dentro de mí, pero no ocurría nada, así que fui olvidando casi toda su información, pero lo que nunca olvidé ni olvidaré son sus ojos, su olor dulce como la miel y su sonrisa torcida y pícara…